sábado, 19 de abril de 2014

Lo he leído hoy en PUBLICO, y creo que aunque un poco largo, plantea retos muy interesantes y compartidos por muchos.


Un par de comentarios a una cuestión previa, por otro lado determinante, ¿es el 15-M, el movimiento de los indignados, un movimiento social? En principio se puede afirmar que nos hallamos ante un movimiento social. Recordar, en este sentido, que para así caracterizarlo no hay que fijarse en un momento o en una acción, sino en la cadena de procesos de momentos de reflexión, acción, organización, que acaban sedimentándose y cristalizándose en una organización con voluntad de permanencia. 
Con esta precisión previa, es evidente que es un movimiento social en cuanto que comparte la gran mayoría de los rasgos sustanciales, “clásicos “, de los movimientos sociales, al menos en su fase original. Así:
 
- la opción por situarse fuera de los valores y conductas colectivas dominantes del sistema y su consecuente, aunque a veces inconsciente, desarrollo de una identidad colectiva,
 
- la pretensión de permanencia,
 
- la organización alternativa horizontal,
 
- el rechazo a entrar en los juegos y vías políticas convencionales.
 

Si bien hay también confluencias con los otros movimientos, en la percepción de agravios específicos o conjuntos de injusticias exteriores, en el caso del 15-M el sentimiento colectivo emergente se apoya en una objetiva agravación del contexto. La gente decide que la situación es insoportable y que, por tanto, hay que movilizarse porque la situación objetivamente ha dado un salto sustancial hacia la injusticia, la precarización, la desesperanza, etc. Esto daría en principio más solidez a la convicción de que es necesaria la respuesta. Como en otros movimientos, el 15-M afirma la diferencia en su estado naciente, situándose fuera del sistema de valores y prácticas convencional y dominante, lo que supone adecuadas condiciones para construir una identidad colectiva fuerte.
 
Lo que lo diferencia de otros movimientos, al menos en sus primeros momentos, fue la importante presencia de ciudadanos/as sin previa experiencia en redes sociales. Puede decirse que esa experiencia desbordó a los primeros intentos de encauzar el movimiento por parte de los miembros de redes sociales pre-existentes. Esta presencia masiva tiene consecuencias positivas como la ampliación y extensión original del movimiento. Genera una sorpresa y una esperanza motivadora, que anima la acción colectiva: se confirma que más allá de las redes sociales conocidas existían sectores en la población que al menos latentemente participan de una mirada alternativa, favorable a un cambio intenso que debe hacerse de forma distinta, de manera movimentista.
 

La relación entre lo particular y lo universal marca otra diferencia con otros movimientos como el ecologista e incluso el antiglobalización, desde donde las reivindicaciones espcíficas y sectoriales se va ampliando hacia lo universal, con el establecimiento de un modelo de transformación completo. Por el contrario, en el 15-M el arranque es la afirmación de lo universal: estamos hartos de todo, queremos cambiar todo y queremos cambiarlo ya. Sin embargo, en la práctica, estas afirmaciones, muy genéricas por otro lado, están expresándose, concretándose, en reivindicaciones específicas y, por tanto, limitadas. En los otros movimientos apuntados, el universal es algo elaborado, reflexivo. En el 15-M es algo intuitivo. Es presentir que la crisis global se haya situada en todos los espacios y que, por tanto, ya no es posible resolver este desaliento universal a través de concretas reivindicaciones. Sin embargo, si en los otros movimientos la dificultad de implementar en reivindicaciones específicas esa visión global se ha debido a razones operativas estratégicas, en el caso del 15-M puede disolverse esa intuición original por imposibilidad de establecer y articular un conjunto de reivindicaciones que reflejen, expresen esa mirada global
 
¿Es posible reproducir la virtud cívica desde dentro del sistema político?
 
¿Es posible que la democracia se encarne en el ciudadano? Que potencie el sujeto democrático republicano, virtuoso que la ama, la exige y la ejerce. Esta pregunta obliga entender la democracia política desde el proceso decisorio: cómo las decisiones políticas pueden responder a un interés general, por qué son democráticas (o no), una adecuación que se asienta en una triple perspectiva:
 
-En el terreno de lo posible alternativo. Si resulta imposible una coincidencia formal y total, sistemática y permanente entre, por un lado, todos los deseos, intereses e identidades de lo ciudadanos y, por otro todas, las decisiones políticas que deben tomarse, deberemos buscar esa coincidencia en los hechos. Es decir, admitiendo como inevitable una determinada representación política, la “adecuación democrática” será un complejo proceso interpretativo de las realidades en convergencia con esas “necesidades” democráticas expresadas por la ciudadanía movilizada.
 
- En el terreno de la definición. La apertura en la definición de los derechos democráticos está en tensión con las capacidades de ejercerlos y de influir en lo asuntos públicos. Conviene no perder de vista que todo lo que hacen todos los ciudadanos con todos sus ejercicios democráticos -desde votar a manifestarse contundentemente exigiendo decisiones políticas radicalmente distintas- movilizándose para que sus demandas afecten a las decisiones políticas de las instituciones, termina teniendo impacto en el proceso político decisorio formal
 
- En el terreno del supuesto sentido común. Finalmente parecería que hay una propuesta o creencia compartida, si no por toda todos los ciudadanos si por aquellos que se sitúan o provienen de la cultura o tradición de la izquierda. La idea de que somos nosotros los que mandamos y ellos -los representantes, los políticos- tienen que hacer lo que nosotros queremos. En tanto representantes lo que tienen que hacer es saber qué es lo que queremos y decidir en consecuencia. La democracia está potencialmente en el pueblo, en un pueblo en el que no deben existir intereses privilegiados. Un pueblo que decide en última instancia. Pero sabemos que el ejercicio de los diversos derechos y capacidades en diversos frentes y espacios se apoya en recursos. En concreto. Una cosa es tener esa convicción democrática y otra cosa es su práctica: la cultura democrática. La carencia de cultura democrática en ocasiones desvirtúa la misma convicción democrática, derivando la misma hacia una posición puramente pragmática. A una posición de estricta pasividad en la que se asume el discurso dominante. Aquel que dice --que nos dice- que en realidad lo que nosotros queremos es que alguien -los políticos- nos resuelvan los asuntos comunes.Y que esos mismos, a los que sólo pedimos que no roben demasiado, nos dejen en paz para poder gestionar tranquilamente nuestros asuntos privados.
 
Hay democracia cuando todos los ciudadanos están presentes en el proceso de decisión política. Cuando los ciudadanos no se sienten excluidos porque realmente no están excluidos de ese proceso de decisión política. Se necesita desarrollar esa relación de presencia y exclusión el proceso decisorio, resistiendo la exclusión haciendo avanzar la máxima presencia.
 
El punto de salida en ese avance es la representación. Los representantes políticos a los que hemos elegido en cuanto que nos representan tienen “presente” en su decisión los intereses de sus representados. Por tanto si esos representantes son libremente elegidos, si nos representan aquellos que queremos que nos representen y si, por otro lado, ejercen su representación de forma digna y honesta, podemos decir que como hay presencia y esa se reconoce por los representantes, hay democracia. Hay adecuada democracia. Pues no. Esto sólo es el comienzo. El punto de partida.
 
Ahora conviene recordar la realidad. Recordar que la historia de la democracia es la historia en la lucha por la democracia. De cómo cada vez mayores grupos de la sociedad lucharon para conseguir estar ellos también en el poder, en las decisiones políticas. Porque en el origen la identificación entre poder económico y poder político era absoluta. Eran los mismos. Más tarde en los orígenes de la democracia son sólo los detentadores del poder económico los que eligen a los políticos. Luego a través de una permanente y no siempre victorioso proceso de lucha toda la sociedad progresivamente (clase medias, trabajadores, mujeres) se incorporan ese proceso electoral.
 
Hoy realmente el peso de las élites económicas y determinados grupos de poder están mucho más presentes al resto de los ciudadanos en ese proceso electoral y decisorio. Antes políticos y poderes reales eran los mismos. Ahora los políticos son “sus” representantes. Por eso la lucha por la democracia va dirigida a la inclusión de todos los ciudadanos en los espacios y procesos en donde se toman realmente las decisiones políticas.
 
¿Qué representan los ciudadanos activistas que no votan, y quién les puede representar?
 
Hay que recordar que la política también (añadiría sobre todo) se hace desde la sociedad civil, desde los ciudadanos activos organizados y republicanos. Voten o no voten, esa es la política que controla, influye y transforma la política de los representantes de aquellos que han sido votados.
 
La realidad es que los representantes políticos toman decisiones dentro de lo que se puede llamar el espacio de influencia real. Grupos organizados económicos presionan a esos representantes para que tomen decisiones a favor de sus intereses grupales, que por supuesto nada tienen que ver con el interés general. Los ciudadanos, voten o no voten, deberían organizarse y presionar para mejorar ese espacio de influencia real, para tratar de lograr algo más de equilibrio aumentando grupos (y todo tipo de grupos) presentes en el proceso decisorio. Para ello la movilización social acerca la voluntad de los ciudadanos a las decisiones de los políticos. Hablo de una sociedad civil activa en la que sus ciudadanos se movilizan en la calle, participan en espacios públicos decisorios, manifiestan su opinión a través de los medios, etc. Cuanto más ciudadanos con más frecuencia utilicen esos u otros cauces, en lo que se expresen sus deseos, sus intereses, sus identidades, más probabilidades hay de que las concretas decisiones de los políticos asuman las demandas de lo ciudadanos.
 
Tendremos así un mayor equilibrio en el espacio decisorio real. Tendremos así un democracia de más densidad, más democrática, en cuanto que existirá más coincidencia entre lo que lo ciudadanos quieren que se haga y lo que lo políticos hacen. Más coincidencia porque más y diferentes voces (un horizonte ideal sería el de todas las voces en situación de pleno equilibrio) confluyen con similar fuerza y capacidad de presión en los distintos espacios y procesos decisorios.
 
También me refiero a grupos de ciudadanos que de forma estable, organizada y regular, deliberan y toman decisiones sobre asuntos que afectan al bien común. Esas decisiones, en principio no vinculantes para las Instituciones políticas decisorias, son sin embargo tenidas en cuenta por los gobernantes. Estoy señalando a algunos de las actuales y diversas experiencias y procedimientos de la democracia participativa Desde comisiones sectoriales que operan en los Ayuntamientos a consultas precedidas en algunos casos por procesos mas o menos asamblearios.
 
Sin embargo cabe plantearse una actividad más radicalmente democrática para esos ciudadanos activos (voten o no). Parecería que antes -el estado corporativo- el sistema económico generaba en el proceso decisorio político un cierto desequilibrio. Aunque existían grupos con más poder y capacidad decisoria real, había presencia de varios y distintos grupos. Hoy ni eso. El actual sistema genera la desaparición del desequilibrio. La dependencia -además deseada- de los representantes es ya hoy solo de uno. Y por lo que parece el sistema que genera este monopolio tiene aspecto de ser muy duradero.
 
Esta caracterización haría bastante ilusorio el intento de buscar un mayor equilibro en el proceso real decisorio. Por tanto otra estrategia sistémica debería cuestionar el mismo principio de representación. Trataría de impedir que los representantes tomen por si solos las decisiones. Pretenderá no tanto influirles, sino sustituirles, o al menos introducir real y formalmente las decisiones y exigencias ciudadanas en sus decisiones políticas. Decir (ahora sí) que la democracia está mal porque las decisiones políticas no las toman los ciudadanos -esa es la verdadera democracia-, sino los representantes políticos. La critica ahora pues se dirige al principio de representación y a su práctica. Algunas propuestas-¡actividades-! posibles para lograr otra democracia
 
- En primer lugar se trataría de radicalizar las propuestas para regenerar la democracia representativa. Efectivamente si por el momento no parece posible un modelo de sustitución de la representación, sino tan solo avanzar hacia un control e incidencia operativa popular de la representación, se aceleraría y extendería ese control en cuanto que crece y se hacen más exigentes las prescripciones y prácticas, de transparencia, de rendición de cuentas, de democracia interna partidaria, etc.
 

- En segundo término qué duda cabe que un incremento sustancial de la movilización social no solo facilitaría sino que también compartiría la presencia eficaz de la voluntad popular en los procesos decisorios.
 

- Por ultimo pero sobre todo me refiero a que esas deliberaciones y decisiones ciudadanas que ante describíamos como no vinculantes, ahora puedan convertirse en vinculantes. Esto es la democracia participativa. Un cambio del sujeto decisorio. Es necesario señalar que muchas experiencias participativas institucionalizadas no promueven la transformación de la democracia representativa hacia una más participativa, si no que estas estrategias dirigidas a desviar la atención ciudadana sobre la crisis de la democracia representativa.
 

La cuestión de fondo es el equilibrio en el espacio de influencia decisoria real. Sin duda la presencia de más actores colectivos de carácter social en ese espacio, provenientes de la movilización social o bien de grupos de participación ciudadana, es el contrapeso. La única forma que no sólo los grupos de presión económicos sean los socios de los gobiernos, privilegiados y excluyentes, a la hora de tomar decisiones.
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario